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Melvin Cantarell Gamboa

29/05/2024 - 12:05 am

La vacuidad política del intelectual teórico

Ya se dejó de rescatar las cualidades de sus candidatos y exagerar los defectos del oponente para dar paso al deseo de castigar hasta el exterminio al objeto de su odio: el Presidente de la República, al no soportar la idea de haber perdido el voto de la mayoría del electorado. En este contexto, una archicofradía de intelectuales orgánicos rebasó todos los anteriores excesos; utiliza falsas conjeturas como cimiento para elaborar una serie de simulados argumentos para dar a conocer su apoyo a la candidatura de Xóchitl Gálvez.

Xóchitl Gálvez con la comunidad cultural.
“Ya se dejó de rescatar las cualidades de sus candidatos y exagerar los defectos del oponente para dar paso al deseo de castigar hasta el exterminio al objeto de su odio: el Presidente de la República, al no soportar la idea de haber perdido el voto de la mayoría del electorado. En este contexto, una archicofradía de intelectuales orgánicos rebasó todos los anteriores excesos; utiliza falsas conjeturas como cimiento para elaborar una serie de simulados argumentos para dar a conocer su apoyo a la candidatura de Xóchitl Gálvez”. Foto: Moisés Pablo, Cuartoscuro

La competencia electoral tomó, para la oposición, en las dos últimas semanas visos de suceso traumático, escaló de neurótico histérico a neurótico obsesivo para desembocar en revelaciones de tipo esquizofrénico (a Xóchitl recibiendo la señal de Dios) manifestación de que no saben que hacer. Ya se dejó de rescatar las cualidades de sus candidatos y exagerar los defectos del oponente para dar paso al deseo de castigar hasta el exterminio al objeto de su odio: el Presidente de la República, al no soportar la idea de haber perdido el voto de la mayoría del electorado. En este contexto, una archicofradía de intelectuales orgánicos rebasó todos los anteriores excesos; utiliza falsas conjeturas como cimiento para elaborar una serie de simulados argumentos para dar a conocer su apoyo a la candidatura de Xóchitl Gálvez.

En su impaciencia, con furor neurótico-obsesivo intentaron suplir una humillación anunciada en las urnas con el pequeño goce de hacer público, con su nombre y firma, su identificación política con la derecha. Es así que un grupo de 250 escritores, artistas plásticos, cineastas, actores, catedráticos, dos exrectores de la UNAM y otros se arrogaron la representación de la comunidad cultural del país. Decisión que exhibe la soberbia de los firmantes. La respuesta no se hizo esperar, cerca de mil personalidades de la inteligencia nacional comprometidos con los movimientos populares dieron, su solo nombre, una contundente respuesta a esta hermandad de “intelectuales teóricos”, sin embargo, no quiero dejar pasar la oportunidad de restregarles algunas verdades en la cara.

“La crítica, escribió Walter Benjamín, es una cuestión de distancia correcta, depende de la perspectiva y del punto de vista desde una mirada que guarda correspondencia con los hechos” y quien la practique ha de probar sus juicios y argumentos de modo empírico, es decir, basados y probados en la práctica, la experiencia y observación de los hechos a fin de que resistan cualquier forma de contrastación o intento de falsación; como verán en lo que sigue, hay otros datos que cuestionan el quid facti de los pretextos que esgrimen los intelectuales para argumentar su apoyo, pues descansan en especulaciones y adjetivos más cerca de la metafísica que de la verdad pragmática.

El contenido de la pronunciación se sustenta en varios desatinos: primero, los firmantes no son “la comunidad” representativa de los intelectuales mexicanos, sino un gremio que tiene entre sí algunas coincidencias ideológicas y de filiación política; segundo, al leer la lista de los firmantes, encontramos un solo elemento identitario:  ser una hermandad de beneficiarios de las prebendas y “apapachos” que les otorgó el pasado régimen; tercero, la mayoría o quizás ninguno, ha tenido contacto directo con el pueblo, mucho menos con los más pobres, de ahí la imposibilidad de que hablan en nombre de ellos y mucho menos su derecho a pedirles su voto en favor de la candidata de la oligarquía; cuarto, el desplegado los descalifica como comunidad, al mismo tiempo que los exhibe como baratos activistas de las minorías privilegiadas de derecha; por tanto,  esta secta ideológica-teórica, debiera entender que no tenían por qué desenmascararse, todos sabemos que su inclinación política no es de semejanza o identificación con la mayoría ciudadana, a la que ahora piden votar por el PRIAN, sus amos y patrocinadores. 

Gilles Deleuze, uno de los más respetados intelectuales franceses de finales del siglo pasado, confesó a Michel Foucault (Un diálogo sobre el Poder. Alianza editorial) refiriéndose a él mismo y a los intelectuales en general: “Todos nosotros somos grupúsculos, solo nos queda la acción de la teoría”. A lo que Michel contestó: “La politización de un intelectual se realiza tradicionalmente a partir de dos cosas: su posición intelectual en la sociedad burguesa, en el sistema de producción capitalista, en la ideología que produce e impone en su propio discurso en el que revela la verdad de sus relaciones políticas ahí donde no se percibían, no debemos perder de vista que los intelectuales son parte del sistema de poder, son los agentes de y aliados del poder y su discurso es parte de ese poder” (Michel   Foucault). Por eso, resulta indignante que un pequeño grupo que defiende sus intereses se adjudique el derecho de hablar en nombre de una “comunidad cultural” heterogénea; en México  existen miles de pensadores, científicos, escritores, profesionales de la salud, de la educación, agricultura, etc. que por su trabajo y conciencia social comparten sus saberes y conocimientos con la población menos favorecida; en consecuencia, el desplegado de los intelectuales orgánicos, es una falsa representación, una comedia más del círculo mediático tan inclinado a lo teatral. 

En la democracia el voto es libre y secreto y pertenece a cada individuo definir su sufragio, sí una congregación de demagogos, como los mencionados 250 deciden manifestar su apoyo a una candidata, están en su derecho, lo que no se vale es llamar a los ciudadanos a votar por ella, pues inducen el voto, coartando de esta manera la autonomía y autodeterminación de cada quien a sufragar libremente. Cierto, la tendencia del voto está definida y no es posible cambiarla o dividirla, pero es una perfidia de los intelectuales con su declaración envenenar más el ambiente político.  Afortunadamente no tienen el monopolio de la inteligencia, ni de la cultura, mucho menos de la verdad, en este caso, solo se exhibieron como ciegos auxiliares de una clase política que de manera tramposa vanamente intenta imponer sus intereses como clase dominante. Aun si este grupito se distinguiera por su honestidad intelectual, no se justifica su ceguera, es decir, no ver la emergencia destructiva del neoliberalismo, el crecimiento de las fuerzas políticas del fascismo, de la extrema derecha y la derecha que, en complicidad con las élites del dinero han unido sus odios de clase y de raza para mostrar su desprecio por los mexicanos, concentrando su antipatía y aversión hacia un solo hombre: el Presidente López Obrador, contra el que vomitan toda su ponzoña. 

Le pregunto a “los 250 de la ignominia”: ¿No alcanzan a ver que con sus falacias vacían de sentido la democracia? ¿Qué sin argumentos probados ni evidencias no pueden calificar al Gobierno actual de intolerante, autoritario y ser una dictadura? ¿Le deben algo a los oligarcas y a los pasados gobiernos o son parte de una cadena de favores? ¿Se creen parte de una aristocracia capaz de pensar por el ciudadano? ¿Son, como piensan, un poder dentro del poder o simples ciudadanos que se expresan sin mediar ningún interés?

Bruce Bueno de Mesquita y Alistair Smith, escribieron hace unos años un libro (Manual del dictador moderno. Editorial Siruela) considerado el nuevo Príncipe y a los autores como los modernos maquiavelos; afirman, como el pensador florentino, que para conquistar y conservar el poder no importan los medios, sino los fines, solo que en la modernidad esos medios se concentran en tres instrumentos contumaces: la propiedad, control y manipulación de los medios de comunicación, influencia y dominio del Poder Judicial y manos para imponer su voluntad, sin tener que justificar las propias acciones, ocurrencias o caprichos. Además, en las dictaduras   quien ejerce la autoridad y detenta el poder alcanza sus fines, como afirmó Maquiavelo, sin importar los medios y sin respetar la legalidad: censuran, acallan voces críticas, apresan, encarcelan, levantan cadalsos mediáticos, etc., para que solo su narrativa predomine y, de esta manera, escapar al escrutinio público. 

Ahora, hagámonos las siguientes preguntas: primero ¿Quién en México y en la actual coyuntura política controla los medios, el poder judicial y a los jueces? ¿Quién promueve redes sociales y programas informáticos mediante internet? ¿El Gobierno de Andrés Manuel o la oligarquía y sus turiferarios de derecha? Fácil: la oligarquía, los dueños de los medios, los políticos de derecha, los intelectuales y los opinionistas a su servicio, que no merecen ponerse frente a una cámara de TV o que se les abra un micrófono, que, ante sus fallidos intentos de persuadir y seducir a su auditorio, viven los últimos días de campaña como suceso traumático, ante el fracaso de sus múltiples formas encubiertas de crear dudas en el electorado.   

Segundo: ¿Quién, en nuestro sistema republicano, ha roto descaradamente el equilibrio entre poderes? ¿Andrés Manuel o la Suprema Corte de Justicia que ha bloqueado una a una las reformas del Ejecutivo, pasando por encima de las decisiones del Legislativo, amparado   delincuentes, liberado asesinos confesos (como militares involucrados en la desaparición de los alumnos de la normal de Ayotzinapa)? ¿Quién gana con esta falta de entendimiento y acuerdo entre poderes? Obvio, los enemigos del Presidente, que aprovechan la propiedad y el control de los medios para desinformar, crear escenarios ad hoc, inventar e imaginar situaciones, polarizar a la población, destruir toda resistencia, liquidar la democracia e intentar llevar al poder a cualquier personaje extravagante o pintoresco, aunque ignore los problemas del país y no sepa que significa bien común; tercero, ¿Quiénes controlan los medios y al poder Judicial? La oligarquía y sus agentes. ¿Porqué, entonces, acusan al Presidente de la República de autoritario e incluso algunos de los firmantes se han atrevido a llamarlo dictador?

Ahora bien ¿Qué define a un gobernante autoritario y a un dictador? El abuso de autoridad, la imposición de   ocurrencias y pasar por alto la legalidad para gobernar caprichosamente y de modo absoluto. Pregunto a estos intelectuales, si sus acusaciones fueran ciertas ¿Se les permitiría   hacer público su desplegado, al PRIAN movilizar a la marea rosa y a los opinionistas e influencers expresar libre y neciamente sus sandeces sin mordaza ni coacción? ¿Gozarían de estas garantías si ocupara la Presidencia un hombre autoritario o un dictador?

El más somero análisis de sus argumentos, declaraciones y el significado de sus peroratas prueba que sus imputaciones son, como hemos mostrado, insostenibles, inconsistentes,  sobredeterminadas y carentes de objetividad; simples puntos de vista intencionalmente construidos para confundir; recurso que no es nuevo, fue una práctica inventada por el neoliberalismo anglosajón y francés en la última década del siglo pasado para frenar las demandas populares, las movilizaciones y el aumento al salario de los trabajadores, pero principalmente, por temor a un cambio auténtico que pusiera en peligro el “mundo feliz” de la modernidad globalizante; lo que provocaron Thatcher, en Inglaterra y Chirac en Francia, fue que sus países dejaran de ser una democracia pasiva para pasar a la abierta participación de los movimientos populares en los procesos políticos. Un fenómeno parecido se produce en la actual coyuntura política en México, en que la oligarquía, la derecha y sus sirvientes, en especial los intelectuales orgánicos, como último recurso argumentativo, cierran filas en un acto de sobrevivencia a sabiendas de que han optado por colocarse en el lado equivocado de la historia y que su renuncia a la razón política los condena a terminar en el depósito de la basura.

Melvin Cantarell Gamboa
Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

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